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        El conocimiento del propio -yo- implica tanto el reconocimiento de lo que somos relativamente como de lo que somos absolutamente. Sin embargo, cualquier intento de observación del yo divide al yo. El -yo- no puede verse a sí mismo si no es proyectando infinitamente su identidad y sus identificaciones. La conciencia, como el ojo, no puede contemplarse a sí misma. La mente no puede contemplar a la mente. La única opción es dejarla ser.
  
       Todas las técnicas supuestamente espirituales no hacen sino reforzar el propio sentido del yo. Tanto la acción como la evitación de la acción sólo sirven para afirmar o fomentar al -yo- que supuestamente se quiere trascender. Es como tratar de volar estirando el cordón de los propios zapatos.
  
       Sólo cabe reposar en la propia naturaleza original, relajarse en lo que ya es y en lo que surge, con independencia del contenido o la cualidad que le asignemos.
  
       No se trata de abordar la meditación fomentando la idea de que nos falta algo, de que estamos incompletos o de que somos seres intrínsecamente negativos o ignorantes. Todo eso son meras etiquetas mentales. Meditamos, por el contrario, para expresar nuestra plenitud.
  
            Es una cuestión a investigar.